“Objetos de distracción & Laberinto” (Ediciones
imaginarias, 2017) agrupa textos de Magdalena Chocano (Lima, 1957),
correspondientes a la segunda etapa de su obra (2005 en adelante), posterior a
lo que publicara en los años 80. El
libro está separado en dos secciones, diferenciadas en algunos aspectos pero
que guardan ciertas líneas transversales. En ambas partes, se evita la idea de
poema como algo común o establecido, entregándose a la digresión para a través
de ella, plantear una idea propia del poema, caracterizada por su agudeza y
capacidad para llegar a los extremos de sus posibilidades discursivas, así como
en su imaginería verbal.
En ese sentido, el descentramiento en esta poesía es
constante, con una propuesta para nada
complaciente tanto en lo estilístico, como en lo ideológico. El lenguaje
de Chocano se actualiza constantemente en sus versos, con el surgimiento de una
imagen más sorprendente que la anterior. El despliegue de recursos lingüísticos
y poéticos, sorprenden por su versatilidad: adjetivos sustantivados, especial trato
de la puntuación; uso del hipérbaton, empleo de quiasmos, encabalgamientos que
quiebran al verso y muchos más. Marcan todo un despliegue verbal que descrito
como lo expongo aquí, podría generar la imagen de un entramado denso, pero que
en la lectura no agota, al contrario, seduce, por el ritmo y musicalidad
particulares, generando una sensación (musicalmente hablando) de “fuga”, o
expresión de una gran concierto diverso, que podría catalogarla como una autora
barroca, adjetivo que sin embargo tampoco quisiera atribuirle, justamente
porque su poesía intenta evitar las definiciones.
En el primer grupo de textos, “Objetos de distracción”, llama la atención como
se intercalan las situaciones de la vida cotidiana, con circunstancias
relacionadas al espacio exterior y otros referentes disímiles (“la verdad del
cínico” dirá en alguna parte del libro). Hay un descreimiento del lenguaje para
poder asir una realidad o verdad, expresando una distancia que aspira a la
independencia del lenguaje en relación con lo que está fuera de él. Esta
relación entre elementos tan distantes llena de potencia a la propuesta, que en
este caso se caracteriza por su economía de lenguaje en comparación con el despliegue
verbal de la parte llamada, Laberinto.
La imagen de una apocalipsis (la etimología de la palabra
hace alusión a la disolución) se presenta en la problemática del conflicto de
acceder a la gnosis del mundo a través del lenguaje. Este apocalipsis se
presenta con tal nivel de abstracción, que los elementos terminan alejándose de
ese argumento y presentándose de manera aislada. Y es que la poesía de
Magdalena Chocano marca clara distancia con la secuencia narrativa, que en el
caso de estos “objetos de distracción” se distinguen en el hecho de nombrar,
más que adjetivar.
En el segundo grupo, “Laberinto”, lo que uno puede encontrar
es un largo y único poema, de carácter metapoético, (reflexiona sobre el ámbito
poético en sí). Como reza el título, el sujeto es llevado por diferentes
instancias, pero es desviado constantemente, generando una especie de red de
ideas, que de manera fragmentaria, presentan la visión que tiene Magdalena
Chocano sobre este quehacer literario.
Se genera un chocar con la pared del significado de una
palabra o la imposibilidad de vislumbrar el camino claramente, como el andar de
un ciego: “la ceguera es lo real/ los ruidos tras el muro”. Recuerda al sujeto
poético de Martín Adán en “Escrito a ciegas”, una relación que podría
evidenciar el camino que sigue esta poesía.
Ya lo dice en otra parte de “Laberinto”: “esto es como lo imaginas:/ exactamente así,/
así,/ acribillando espejos,/ poesía/ que aquella furia no tolera pronombre
posesivo”. Esta poesía se aleja de ese carácter romántico que refleja el
interior del poeta, aquí el reflejo es acribillado y lo que aquí se muestra es
el lenguaje en sí, o la cosa. Dice posteriormente: “fuiste mar, silencio,
tersos astros:/ jamás poeta” y acá la idea de avanzar a ciegas se extrema,
incluso más que en el poema de Adán, que surgió como respuesta a la pregunta
que le hiciera Cecilia Paschiero sobre que significa la poesía y ser poeta.
Otra poética que resuena aquí es la de “Arte de navegar” de Juan Ojeda, en la
orientación de aquel que busca trascender al poema, con la idea de la
independencia del lenguaje en su incursión metafísica en la proa. Orientación
que da la impresión de seguir el decurso interior de una organización de
símbolos, que plantean una nueva realidad, a través del acercamiento a esta,
con una minuciosidad y que deleitan en su disposición esquiva.
Volvemos al tema del extremarse en los alcances del lenguaje que ya no busca
incluso el poema, sino la palabra, un lugar más elemental y más esencial,
entregado a su aislamiento, a su oscuridad: “felizmente sabemos lo de la
velocidad de la luz/ y que la luz está en la palabra, no en el poema,/ pero no
sabemos si la oscuridad se desplaza o está quieta,/ eso no lo sabemos”.
El lugar de la voz y el ser nunca están estáticos, pero si
coordinados: “el ser y la voz no se tocan nunca/ aunque se espían”. Refiriendo
con ello un control, de aquella fuga que comenté en párrafos anteriores. Una
especie de descontrol guiado. Un laberinto que no ofrece salida, pero si
fruición en la oscuridad: “ya tan cerca resuella el Minotauro/ y el hilo de
Ariadna pende inútil de una mano cualquiera”. Como si se buscara más que salir rápidamente,
el demorar en ese laberinto de enigmas.
No dejarse atrapar por el laberinto, significa no dejarse atrapar por los
discursos de las semejanzas, ideologías y creencias. Habla de la independencia
de la palabra poética. Está en las antípodas del panfleto: “el espécimen evita/
el centro/ ese lugar que se contrae y contraría/ porque quería una revolución/
algo que lenin no pudiese aguantar,/ que los jesuitas no pudieses roer,/ algo
ínfimo, imperceptible, de matices glaciales, finísimo”. Es un perderse del
poema a través del poema (valga la paradoja), para a través de esa errancia, finalmente
encontrarlo. Que es la salida del laberinto.
Estamos ante una poesía que desarrolla toda una plástica verbal, pero en
consonancia con un ánimo crítico constante sobre la naturaleza misma del
lenguaje poético y su capacidad para cuestionar diferentes discursos esenciales,
con una puesta de sentido alternativa. Quizás ahí radica su carácter insular
dentro de la poesía peruana contemporánea de fines del siglo XX y principios
del XXI, que de ninguna manera la pone en un lugar secundario, al contrario,
sino de excepción.
Laberinto (fragmento)
…te lo digo
brotaba en una burbuja de tus labios,
aunque
en ningún fragmento te encontrarás del todo,
el todo es una novela, acaso un momento que no pasa
cuando no hay tierra que quiera sostenernos.
Ella está a la sombra del pino.
¡Otra vez! Con las rodillas sucias, sin
zapatos,
el sombrero volteado
–la ceniza;
inmoral quien mora
en soledad
¡Vuelve, querida!
¡vuelve! ¡vuelve!
Vuelve a Venecia, al
baile de disfraces;
el viento cierra sus puertas con firmeza
ella ha despreciado el cuerpo para tener un cuerpo
viaja por una esfera blanca
y levanta un corazón púrpura hacia el cielo
Un discurso entrecortado se escucha
con más nitidez que los disparos
-testimonios de una época se forman para los ojos ávidos de los
historiadores-
observa esta contemplación empecinada:
tanto crimen,
tanta melancolía
ostentemos
nuestra horrible destreza en el vacío,
allí donde los bosques se
disponen en orden de batalla
-el territorio glauco y refulgente circundado por el
[relampagueo
inútil de las armas-
allí entre las pirámides de vidrio y hierro ardiente levantadas
[por doloridos arquitectos…]
Me gustó.
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