lunes, 13 de julio de 2020

Cualquier día una mano nos detiene (reseña sobre “A mano umbría”, de Carlos López Degregori)




Acercarse “A mano umbría” (Animal de invierno, 2019) de Carlos López Degregori (Lima, 1952), es aproximarse a una casa tomada por presencias no visibles, pero que observan; voces lejanas, que te susurran al oído;  gritos silenciosos que se apagan (desolación). Uno sabe que algo sucede en esa casa donde esta mano escribe, a la cual no está permitido el ingreso, pero que te llama. Al despertar, ya estás adentro y se pasa de aquello que Sigmund Freud llamaba “lo ominoso”, al asombro de lo fantástico al interior de un laberinto ocupado por infinitos espejos, y en el cual este libro intenta ser el hilo de Ariadna de una obra de varias décadas de escritura y publicaciones.

“A mano umbría” es un título que te remite a la oscuridad, solo hay que buscar el significado de ese adjetivo, para saber a qué me refiero: “parte de un terreno o de un lugar que por su orientación siempre está en sombra”. Rememoro mi lectura de la poesía de Carlos López Degregori y recuerdo esa misma sensación, y lo que dijera el poeta sobre su obra hasta la publicación de este libro, como “un solo poema”. Bueno, si es así, este poema es umbrío y algo pasa en esa sombra, que uno en gran parte solo puede presentir, pero que a su vez deslumbra por la belleza de su acabado tan preciso pero ¿de dónde procede este atmósfera extraña que seduce?

“Un sanatorio, un hospital y un anillo ardiente que los desposa. Quizás son la estructura que organiza el mundo externo como un virus o un bacilo o ya me han invadido y ahora solo pueden ser mi carne. Allí está el origen de todo lo que he escrito. Pero los bacilos y los virus son gemas. Y las gemas son un trozo de vida radiante que hay que pulir. Ese ha sido mi trabajo desde 1968”, dirá casi al inicio de su libro.

AMU deja muchas claves para entender la vida y obra de CLD, como dice en la primera oración de este párrafo, todos estos aspectos están unidos por “un anillo ardiente que los desposa” y viene a mi mente uno de mis poemas favoritos de CLD, “La boda”: “en Aldebarán los ciegos se casan con las ciegas/ y danzan hasta morir en su fiesta de carbones/ golpeando palos/ campanillas/ con sus caballos de fieltro/ con sus perros que ladran a los ruidos/ y cuando ya nadie queda/ cantan al final ciegos los gallos/ anunciando/ ninguna claridad”, versos cargados de mucha crueldad y condena, pero a su vez clemencia, generan un efecto poético característico de su obra, que también trasunta estas páginas. El origen de esa niebla y la gema de este anillo que desposa a los diferentes elementos que componen la obra de CLD, son amplificados en este “A mano umbría”.

El libro está estructurado por prosas fechadas en los últimos años, las cuales son de carácter autobiográfico en su mayoría, aunque presentan diversas formas textuales: como poemas en prosa y verso, ensayo, crónica, entre otras. El carácter general es de índole retrospectivo siguiendo el derrotero de experiencias personales de carácter literario, por parte del autor, lecturas e impresiones que tienen que ver básicamente con su proceso escritural, así como la descripción de su sensibilidad, la cual se asienta en el fondo de los textos de su obra.

En la primera parte de esta mano umbría, se parece escribir sobre un cuaderno lo que le va sucediendo, como una especie de diario (o libreta de apuntes de un cirujano clandestino), pero con un lenguaje y una atmósfera, cercana a su poesía en la cual destaca el trabajo de composición de los elementos que selecciona para cuidar de ellos en un lugar cerrado. Como un coleccionista de objetos extraños que solo a él le interesan pero que precia como tesoros, o como un niño huraño y solitario, celador de sus muñecos en una caja oxidada y negra a los que les faltan piernas o alguna otra parte y que comunican muchas cosas a partir de esos muñones. Hay una gran unidad a través de este libro que conecta todas las referencias sobre su vida aparentemente disímiles y lejanas que contienen en un solo cuerpo, lo mismo en su obra, en un todo que da vida a una especie de Golem, como un robot de antiguo mecanismo sombrío, pero de perfecto funcionamiento.

Como relatara en varios pasajes autobiográficos: “Entre 1956 y 1968 viví a un lado de esa pared en un sanatorio y un hospital. Yo no era un enfermo, sino un testigo, un vigilante que cuidaba algo informe y malsano que bullía en el recinto contiguo”. En su obra también su relación con el mundo estuvo mediada por una barrera (una puerta, una sombra, una pared), gesto kafkiano que a uno le trae a la mente el relato “Ante la ley” y a aquel sujeto frente a esa puerta que nunca se abre. Y es que la referencia al encierro o reclusión, así como la condena, son otras de las obsesiones de su poesía y también lo hace saber aquí, por ejemplo en la prosa titulada “El primer clavo” que hace referencia al cabello y a ese a gran poema de CLD como es “El talento y el amor”, donde la tarea del corte de pelo se equipara con la del verdugo que corta cabezas.

La niebla es insondable, pero el poeta ensaya un acercamiento a lo que yace al fondo de ella, dice por ejemplo: “Me levanto. Tengo una sed que casi dura 31 años. Me he vuelto un bebedor solitario”. Algo prevalece de forma indefinida. La idea de lo que significó su poesía desde sus primeros poemas hasta el momento, se perfila pero no se establece, poco después dirá: “Línea, digo en voz baja. Línea. He soñado con gatos que ocupan un espacio desaparecido”, en franca alusión a Seferis. Recurre al sueño, al recuerdo de sus lecturas y vivencias, que luchan por no desaparecer en el olvido, el cual aparece con gravedad. Imagino esa niebla como el olvido mismo, o como aquello que se quiere olvidar, pero que no se puede, y me viene a colación la primera imagen del libro donde se esboza el contorno de una iglesia y la frase en verso y reverso donde dice: “Aquí yacen mis patografías”.

Pero ese ambiente extraño, intrincado de personajes enigmáticos y difuminados en su poesía y en estas prosas (que recuerdan atmósferas similares a pasajes de obras como de Henri Michaux o a José María Eguren), traen a cuento posteriormente en el libro a muchos autores, la mayoría extranjeros, en especial, franceses. Una multitud de citas librescas que recuerdan a Jorge Luis Borges, quien no solo aparece a través de su mención en una de sus prosas y de este recurso de traer a colación muchas citas de libros, sino en la presencia de dobles que se hayan plagados a través de todo este AMU, así como la figura del infinito y como dijera párrafos atrás, la del laberinto.

Esta niebla que oculta seres oscuros en este recuento, también puede mostrar seres (o tiempos) de contornos más luminosos y aparentemente tiernos, mostrados en pasajes como el que dedica a su tiempo como profesor: “Eres un perro arcángel, me dice el guardián del tiempo,/ entierras verbos y sustantivos como si fueran tesoros./ ¿Tú crees que lo sean, profesor?/ Yo no le contesto y con una tiza dibujo en mi rostro/ una sonrisa y mis ojos cerrados.”

A su vez, entrando más a fondo en el libro uno puede toparse con el cronista que describe los tiempos que compartía con sus congéneres poéticos, como el que vivió junto a Edgar O’Hara tomando unas cervezas en la entonces solitaria Playa Caballeros de los años ochenta, o al comentar una foto con poetas jóvenes de a fines de los setenta y su vínculo con la lectura que hiciera del relato Enoch Soames, de Max Berbohm y lo que contaba sobre esa idea que se tenía de cómo podría ser la carrera literaria de cada uno, de lo usual que era llegar al fracaso y al olvido, aunque algunos demostrarán siempre amor y pasión por la escritura.

La visión de cronista se intercala con la de sabio profesor y acucioso lector, por ejemplo en la prosa “Cámara de rehenes”, donde primero describe la perspectiva de Walter Benjamin sobre cómo debe realizarse una buena prosa y posteriormente establece una comparación con lo que él considera que son las características del poema en prosa, tema que CLD domina (conocidos son sus ensayos en “Umbrales y márgenes. El poema en prosa en el Perú contemporáneo.” Fondo Editorial de la Universidad de Lima, 2008). En esta reflexión, se hace evidente la consciencia creadora de CLD. Parafraseándolo expone cómo hace para “tejer sus poemas en prosa, organizar sus partes y darles esa sutil musicalidad de exacto contorno” que acaba en un “último peldaño, que es el del sentido, (que) se desvanece en un ámbito inseguro, en una cámara que apenas insinúa sus dimensiones, sus recodos y los elementos inocentes o terribles que contiene”, que caracterizará gran parte de su obra.

Esta consciencia creadora se fundamenta en una consciencia crítica por parte de CLD que parte del conocimiento cabal de la tradición poética peruana, así como de otras tradiciones. Caso especial lo da su acercamiento a la figura de César Vallejo en el texto “Noche con el día encerrado afuera”, que repasa las primeras lecturas que tuvo de este poeta en el colegio para terminar en el análisis de “Contra el secreto profesional” que CLD vería como una especie de anti libro de “El secreto profesional” de Jean Cocteau, en el que el escritor francés defiende la posición del creador casi como un agente sagrado. Para CLD este artículo de Vallejo publicado en la revista Variedades, expresa el interín de ideas que se dio entre Trilce y su etapa en Europa en el que destacan “Poemas humanos” y “España, aparta de mí este cáliz”. Como dije anteriormente, aquí también se percibe una relación con el escritor de estudio como un doble, muchos de los aspectos que uno ve que CLD destaca de Vallejo podría atribuírselo a la obra de él mismo. Dirá: “Vallejo sugiere que el poema —o cualquier creación plástica o musical— es un asedio, un acercamiento a una zona en la que desaparece el lenguaje: el creador solo puede señalar que una presencia se esconde allí, aunque siempre regrese con las manos vacías.”

CLD es un escritor peruano que no necesita escribir en peruano. Su poesía busca su centro de enunciación en el interior del propio poeta: en sus primera experiencias, en sus sueños/ pesadillas, en sus lecturas personales, disparadas por sus obsesiones e imaginación. El rasgo de indeterminación de su obra también es un gesto de independencia de lo conocido, se nota en la elección del poema en prosa, en los contornos desdibujados, en los mecanismos de su razón para construir personajes imaginarios, incluso al hablar de Vallejo, considerado el poeta peruano universal, no se centra en el aspecto nacional del mismo, más bien en otros, como refiriera en el párrafo anterior. En la dicotomía Vallejo/ Eguren, CLD podría encajar en las filas de Eguren, Westphalen, Sologuren o de Martín Adán (pienso en la inmersión abisal de su Escrito a ciegas y la semejanza con cierta poética a ciegas en las sombras de las profundidades de CLD o la alusión a Aloysius Acker uno de los alter egos de Martín Adán), pero vemos que una característica de este es alejarse del encasillamiento. En otro pasaje dirá: “Siento que el secreto está en perpetua movilidad, siempre es la hora anterior o la siguiente.”

El libro se encuentra atravesado por algunos temas claves para entender la obra de CLD, como los laberintos. Para ello trae a colación ejemplos extraídos de algunos textos, como la arquetípica tragedia de Edipo o la referencia a la Lisboa de Pessoa, entre otros ejemplos que hablan de enigmas y lugares intrincados, en franca relación con la oscuridad del lenguaje de su poesía y de su camino como escritor solitario, como un caracol alejado de los grupos literarios contemporáneos. A mi parecer, en esta poética, el laberinto es el lenguaje, que es parte constitutiva de cada ser humano. Al final de ese laberinto, de ese juego con esos signos, se podría acceder, aunque sea de manera oblicua, a esa parte esencial de nosotros que está oculta en nuestro interior, que nos falta y tras la que vamos. Su nombre, nacionalidad, lo que tenemos, no caracterizarían tanto al poeta, como su propio lenguaje. En ese simulacro que aparece transfigurado a través de cada una de sus identidades o dobles es que se jugaría realmente quién es CLD como poeta. Celador de una niebla insondable, niebla que hace pensar en el olvido y en cómo empieza y termina esta “A mano umbría”, respectivamente: “Aquí yacen mis patografías” - “Aquí terminan mis patografías”.