lunes, 1 de febrero de 2021

“Madre, hoy me hice anciana, polilla dentro de una niña” (reseña sobre “Matrioska” de Valeria Román Marroquín)

 


Uno revisa el índice de Matrioska (Fondo Editorial de la APJ, 2018) Premio José Watanabe Varas 2017, de Valeria Román Marroquín (Lima, 1999) y ve en esa hoja de ruta marcada por los subtítulos: “Siamesa”, “Simbiosis”, “Matrioska”, el ánimo de resaltar momentos de conjunción, de algo que surge del encuentro de diferentes presencias o elementos, uno tras otro, en el interior de un todo. El primero hace alusión a lo orgánico, el nacimiento de un ser que, en este caso, se haya acompañado por alguien del cual no puede despegarse; en el siguiente el intercambio vital de organismos que se necesitan para existir; para finalmente, completar con la matrioska y la voluntad de registro familiar existente en esta muñeca.

La voz poética sorprende por su fuerza ya iniciada la lectura. Interpela constantemente con el poder de su verdad y su capacidad corrosiva para discutir aquellas ideas o interlocutores con los cuales disiente a través de un lenguaje crudo, pero a la vez reflexivo.

Siguiendo la propuesta de lenguaje inscrita en este libro, vienen a mi mente los primeros versos, “apagada la luz/ pleno abrazo mis senos como acto de pudor” y ya en ellos noto perfilarse una de las características de esta poesía que llamaron mi atención desde un inicio y es este trabajo de “montaje” (dicho con lenguaje cinematográfico) en pasajes como el que acabo de citar, en este en especial: “pleno abrazo mis senos” en el cual la secuencia versal, que va siguiendo una sintaxis narrativa, ciertamente convencional, es intervenida por  otra fragmentada, como de conjunción de bloques verbales incompletos, que sin embargo simpatizan naturalmente.

Hay una locución que interpela a otros sujetos femeninos en Matrioska, interlocutores especialmente visibles bajo la figura de la madre, a la cual se evoca constantemente, pero que no responde. Como si la silenciara:

“hay silencio/ madre no me ayuda a peinarme deja que/ me pare sola frente al espejo y cepillarme mi pelo deja que me pare/ sola frente al dolor/ de jalar un nudo”

Es una voz poética que aniquila a la voz de la madre. Eso transmite una gran soledad por parte del sujeto poético, pero no por ello desamparo; se la percibe libre y resuelta, consciente de todo.

El concepto de matrioska tiene que ver con la cadena de relaciones que se establecen de hija a madre, de esta a la abuela y así sucesivamente. Estas relaciones están contenidas por un espacio signado por el cuerpo, como si todas estas presencias femeninas estuvieran en un mismo territorio. Cuerpo que media su relación con el mundo y el descubrimiento del lenguaje, del cual se va a apropiando conforme experimenta cada uno de los estadios de desarrollo de su fisiología, tras el paso de los años.

El territorio interior de su casa y la familia, es su tierra baldía, la cual se asiente como el terreno desde el cual se caracteriza este mundo tan definitivo para ella:

“chueca crece esta raíz/ pasa el mes más cruel de todos/ y el camino se hace áspero”

Para poder salir de ese terreno baldío solo queda la palabra:

“bajo mis pies siembran flores/ siembran flores en su tumba/ y sus dedos se extienden fuera/ del perímetro”

El sujeto poético sabe que sus padres no son capaces de salvaguardarlo. El poder e influencia de ellos en su existencia no es efectiva, eso genera una reinversión de poderes, donde ella siendo hija, se puede volver madre, generando una especie de refundación del mundo por parte suya. Es interesante el uso de la primera persona plural en el pronombre “crecimos”, distinto a la duda, o más que duda tanteo del sujeto poético prenatal, prelingüístico de las primeras secciones del libro. Otra muestra de la seguridad del enunciado de esta voz:

“he llegado a concluir que crecimos fuera del vientre/ y creo/ que ese ha sido/ de toda la historia mundial/ nuestro más grande triunfo”

Se presenta de alguna manera la gestación, vida y muerte de algo en la estructura presentada por el libro. Es el ciclo de vida de un vínculo, el cual podría fijar su fecha de vencimiento el día que se terminó de escribir.

Se percibe como un ciclo de un eterno retorno, como viuda negra (o hija negra) que teje (texto-lenguaje) la mortaja de su madre, como algo que no puede dejar de repetirse en la familia:

“en el tiempo circular/ y permanente/ nada importa/ entre diferencias tenues/ un hilo rojo sobre un hijo rojo:/ la madre de mi madre/ y mi madre/ que es hija mía/ pasamos el rato/ esperamos su pasar”.

Dentro de nuestra tradición, podría hallarse cierta cercanía a poéticas transgresoras de sujetos femeninos, como las de Carmen Ollé, Mariela Dreyfus, Monserrat Álvarez, Victoria Guerrero o Cecilia Podestá, por nombrar algunas autoras, con obras que como Román, subvierten los códigos de la poesía escrita en las últimas décadas.