El poemario
“Las musas se han ido de copas” (Visor, 2015), XV Premio Casa de las Américas,
de Nilton Santiago (Lima, 1979) sigue un caudal de inspiración indetenible, que
recorre toda su obra. Sus palabras y el equipaje de sentidos y juegos de
lenguaje que llevan, comunican lo humano con el mundo sagrado, mágico,
fantástico, que convive naturalmente con el ámbito de lo cotidiano y lúdico al
cual invita el universo poético de Nilton Santiago. Circunstancia que genera
asombro en el lector, por la sensación de epifanía que lo sorprende a cada
instante entre las cosas.
Mujeres (las
musas, las diferentes caras de la poesía), son buscadas por el poeta a lo largo
de su libro. Cualquiera no merece su atención... Están por ahí, mezcladas con
otras presencias femeninas, con el riesgo de que se confundan unas con otras,
sin embargo, la promesa del encuentro, está hecha. Si bien uno percibe desde el
primer verso que la inspiración está presente, los poemas te invitan a no
detenerte y continuar en peregrinaje hacia el camino que te conduzca hacia
ellas.
Este libro
que se presenta casi como un libro de aprendizaje del amor (digo casi, porque
la palabra poética de Nilton Santiago suele remover en su interior muchos otros
temas más), esboza un proceso en el conjunto, que
se estructura en cinco partes: 1. TRES POSTALES PARA LA LLUVIA QUE LA LLUVIA HA
BORRADO 2. NO HAY CHICAS BIEN QUE POR MAL NO VENGAN 3. SIETE EQUINOCCIOS PARA
EXPLICARTE QUE NO TIENE NADA DE MALO QUE NOS ENROLLEMOS DE VEZ EN CUANDO 4. LA
DOBLE VIDA DE LOS PINGUINOS 5. PARA RETRASAR LOS RELOJES DE ARENA. En él,
despliega prosas poéticas que presentan un lenguaje que transfigura escenarios
de corte fantástico ubicados en ámbitos citadinos, muchas veces interiores. La
maravilla de lo que se va contando, enriquece el tono conversacional presentado
como marco previo, de esa reunión de voces que se van “de copas”. Como si fuera
una borrachera fantástica, de sensaciones y conocimiento poético.
En ese
último sentido, viene a mi mente el poema “El barco ebrio” de Artur Rimbaud. Un
poeta que generaba transfiguraciones de escenarios que partían mucho de lo
cotidiano y autobiográfico, pero que acababan en lugares insospechados,
producto de la alquimia del verbo. Entre otras influencias que me asaltan, está
la poesía del español Juan Carlos Mestre con el cual comparte un imaginario
poético que coincide en más de un aspecto y que resalta por su devoción a la
belleza verbal, sus personajes fantásticos (muchas veces kafkianos) de faz
iluminadora, o los escenarios como de museo, sobre superficies de antigua
madera pulida, así como de ciertas palabras recurrentes como: “libélulas”,
“mariposas”, “sastre”, “equipaje”, “ángel”, “lágrimas”, “sindicatos” o
“jubilados”; por citar algunas palabras clásicas del mundo mestreano. Pero
también viene a mi mente el lado lúdico y sensual de Oliverio Girondo o la
capacidad transformadora del poeta de los heterónimos, Fernando Pessoa:
“En Barrio
Alto, ninguna nena ha leído “El libro del desasosiego” pero igualmente tienen
el corazón tan grande como una sandía, se enamoran cuando anochece y caminan
medio desnudas todo el invierno hasta dañarse la sonrisa con el aliento de las
primeras flores.”
O diálogos
con otras poéticas, como es el caso del poemario “Fe” del poeta peruano Bruno
Pollack:
“Acabo de
leer una noticia que dice que el 70% de los pájaros es agnóstico, y que el
resto, el 30%, simplemente sabe que las iglesias son un buen lugar para ir a
merendar el arroz que arrojan los amigos de los recién casados. Bruno me dice
que el atentado de las torres gemelas fue planeado por tres puercoespines
contratado por los servicios secretos del Tío Sam”
El libro
despliega todo tipo de figuras poéticas: metáforas, metonimias, oximorones,
personificaciones, hipérboles, jiasmos (o quiasmos), pero empleadas de forma
tan fluida y adjetivada con tal maestría, que no se percibe un recargamiento de
ninguna manera.
Volvemos al
tema del salir “de copas”, y ya en tal expresión, percibimos un modismo
español, distinto al sudamericano. El tono del libro es uno internacional. El
sujeto poético es itinerante. Expresa las huellas de un migrante:
“Volvamos al
tema de la inmigración ilegal, a los bombarderos de flores contra los establos
de amores perdidos, volvamos a que pasas de mí al igual que la felicidad, pasa
olímpicamente de instalarse en el corazón de los perros abandonados.”
“La cena no
te ha gustado nada, lo sé, igualmente no pienso pedir aquella pizza de higos,
miel y queso de cabra que tanto te flipa”
El tema de
irse de copas, ese desorden de los sentidos, recuerda un poco el disparate puro
surrealista. Si bien eso puede darse en algunos pasajes y la estructura lógica
extreme sus licencias al relacionar elementos que aparentemente se hallen muy
alejados unos de otros en tanto el significado, hay un sentido que se enhebra,
dándole un poder poético, con cierta estructura.
Este
desorden de los sentidos, también es un remover de sentimientos. Las relaciones
humanas son aquí puestas en cuestión todo el tiempo, el ritmo de su
variabilidad puede ser el ritmo de la profusión de imágenes de diferente
sentido semántico:
“El amor se
parece a la teoría de las cuerdas: solo tienes que sonreír para darte cuenta de
que encontrarte a una desconocida roncando en tu cama es igual de normal que
ver desde tu sofá a aquella mariposa que se limpia las patas de polen bajo la
noche que se acaba de hacer añicos en tu corazón”
Este irse de
copas también es jazz, improvisación. Si hay un género musical que podría
elegirse para darle un soundtrack a este libro es el jazz y una sensación
temporal no tan moderna, actual, como más bien vintage. Una noche de jazz:
“Cuando
llegó, “Cannonball” de Adderley ya se había zampado su bocadillo de acordes
oceánicos y esperaba entre el piano y la sonrisa de 5 águilas pescadoras que
charlaban amablemente con Jimmy Cobb y Paul Chambers. Esa mañana Miles llegó
fresco -como una lechuga-para improvisar “Freddie Freeloader”
Una
atmósfera que tiende a afincarse en un escenario detenido, como de café bar de
pequeño barrio, en el cual lo cotidiano es sorprendido por un impulso
imaginativo que el sujeto poético dinamiza para generar un ritmo visual y de
sentido que altera la aparente tranquilidad de “lo mismo” interviniéndolo con
la maravilla de “lo otro”.
Esa otredad
no se detiene en el país de origen del autor. La mirada no se posa en la tierra
y las raíces que la preceden, sino en un afuera que se dispara libre en muchas
direcciones, y no solo en una como es la patria o la infancia:
“La
primavera saca a pasear al perro con el que mi abuelo, el arriero, pasaba las
noches para protegerse de los ladrones cuando tenía que atravesar las montañas
de los Andes del Perú, con mulas cargadas de varios kilos de sal y de melancolía.”
“Pero
dejemos estos fríos datos biográficos, ahora estamos lejos de la infancia, tan
lejos como las grandes transnacionales de la soja de estos pobres diablos que
caminan descalzos.”
La nostalgia
no llama al sujeto poético, el terruño, como si puede verse en César Vallejo
cuando vivió sus últimos años en Europa, por ejemplo. La memoria del Perú y su
Santiago de Chuco siempre afloraba en los poemas que escribió en esos años,
pero no es este el caso de Nilton:
“Vaya, me ha
dejado la cartera –digo en voz alta—nos habíamos tomado unas cuantas copas de
vino hipocrático, una ración de mejillones a la marinera y patatas con mucho
alioli para no terminar enrollándonos”
Este sujeto
poético se presenta incorregible en el amor, la vida y la poesía, llevando consigo
sin embargo el equipaje de un ángel y sus talentos, que nunca lo abandonan,
cada vez que se detiene a hacerle el amor a la poesía. Eso es lo que uno
concluye tras terminar el libro, que el buscar de la poesía por parte del
poeta, es finalmente, un coito de amor y desamor con ella, así como sus
descansos de meditación poética.