lunes, 11 de enero de 2021

“Pronunciar tu nombre para soñar el sueño que nos dice que la vida sería más posible si los gorriones escribiesen las editoriales de los periódicos” (reseña sobre “Las musas se han ido de copas”, de Nilton Santiago)

 


El poemario “Las musas se han ido de copas” (Visor, 2015), XV Premio Casa de las Américas, de Nilton Santiago (Lima, 1979) sigue un caudal de inspiración indetenible, que recorre toda su obra. Sus palabras y el equipaje de sentidos y juegos de lenguaje que llevan, comunican lo humano con el mundo sagrado, mágico, fantástico, que convive naturalmente con el ámbito de lo cotidiano y lúdico al cual invita el universo poético de Nilton Santiago. Circunstancia que genera asombro en el lector, por la sensación de epifanía que lo sorprende a cada instante entre las cosas.

Mujeres (las musas, las diferentes caras de la poesía), son buscadas por el poeta a lo largo de su libro. Cualquiera no merece su atención... Están por ahí, mezcladas con otras presencias femeninas, con el riesgo de que se confundan unas con otras, sin embargo, la promesa del encuentro, está hecha. Si bien uno percibe desde el primer verso que la inspiración está presente, los poemas te invitan a no detenerte y continuar en peregrinaje hacia el camino que te conduzca hacia ellas.

Este libro que se presenta casi como un libro de aprendizaje del amor (digo casi, porque la palabra poética de Nilton Santiago suele remover en su interior muchos otros temas más), esboza un proceso en el conjunto, que se estructura en cinco partes: 1. TRES POSTALES PARA LA LLUVIA QUE LA LLUVIA HA BORRADO 2. NO HAY CHICAS BIEN QUE POR MAL NO VENGAN 3. SIETE EQUINOCCIOS PARA EXPLICARTE QUE NO TIENE NADA DE MALO QUE NOS ENROLLEMOS DE VEZ EN CUANDO 4. LA DOBLE VIDA DE LOS PINGUINOS 5. PARA RETRASAR LOS RELOJES DE ARENA. En él, despliega prosas poéticas que presentan un lenguaje que transfigura escenarios de corte fantástico ubicados en ámbitos citadinos, muchas veces interiores. La maravilla de lo que se va contando, enriquece el tono conversacional presentado como marco previo, de esa reunión de voces que se van “de copas”. Como si fuera una borrachera fantástica, de sensaciones y conocimiento poético.

En ese último sentido, viene a mi mente el poema “El barco ebrio” de Artur Rimbaud. Un poeta que generaba transfiguraciones de escenarios que partían mucho de lo cotidiano y autobiográfico, pero que acababan en lugares insospechados, producto de la alquimia del verbo. Entre otras influencias que me asaltan, está la poesía del español Juan Carlos Mestre con el cual comparte un imaginario poético que coincide en más de un aspecto y que resalta por su devoción a la belleza verbal, sus personajes fantásticos (muchas veces kafkianos) de faz iluminadora, o los escenarios como de museo, sobre superficies de antigua madera pulida, así como de ciertas palabras recurrentes como: “libélulas”, “mariposas”, “sastre”, “equipaje”, “ángel”, “lágrimas”, “sindicatos” o “jubilados”; por citar algunas palabras clásicas del mundo mestreano. Pero también viene a mi mente el lado lúdico y sensual de Oliverio Girondo o la capacidad transformadora del poeta de los heterónimos, Fernando Pessoa:

“En Barrio Alto, ninguna nena ha leído “El libro del desasosiego” pero igualmente tienen el corazón tan grande como una sandía, se enamoran cuando anochece y caminan medio desnudas todo el invierno hasta dañarse la sonrisa con el aliento de las primeras flores.”

O diálogos con otras poéticas, como es el caso del poemario “Fe” del poeta peruano Bruno Pollack:

“Acabo de leer una noticia que dice que el 70% de los pájaros es agnóstico, y que el resto, el 30%, simplemente sabe que las iglesias son un buen lugar para ir a merendar el arroz que arrojan los amigos de los recién casados. Bruno me dice que el atentado de las torres gemelas fue planeado por tres puercoespines contratado por los servicios secretos del Tío Sam”

El libro despliega todo tipo de figuras poéticas: metáforas, metonimias, oximorones, personificaciones, hipérboles, jiasmos (o quiasmos), pero empleadas de forma tan fluida y adjetivada con tal maestría, que no se percibe un recargamiento de ninguna manera.

Volvemos al tema del salir “de copas”, y ya en tal expresión, percibimos un modismo español, distinto al sudamericano. El tono del libro es uno internacional. El sujeto poético es itinerante. Expresa las huellas de un migrante:

“Volvamos al tema de la inmigración ilegal, a los bombarderos de flores contra los establos de amores perdidos, volvamos a que pasas de mí al igual que la felicidad, pasa olímpicamente de instalarse en el corazón de los perros abandonados.”

“La cena no te ha gustado nada, lo sé, igualmente no pienso pedir aquella pizza de higos, miel y queso de cabra que tanto te flipa”

El tema de irse de copas, ese desorden de los sentidos, recuerda un poco el disparate puro surrealista. Si bien eso puede darse en algunos pasajes y la estructura lógica extreme sus licencias al relacionar elementos que aparentemente se hallen muy alejados unos de otros en tanto el significado, hay un sentido que se enhebra, dándole un poder poético, con cierta estructura.

Este desorden de los sentidos, también es un remover de sentimientos. Las relaciones humanas son aquí puestas en cuestión todo el tiempo, el ritmo de su variabilidad puede ser el ritmo de la profusión de imágenes de diferente sentido semántico:

“El amor se parece a la teoría de las cuerdas: solo tienes que sonreír para darte cuenta de que encontrarte a una desconocida roncando en tu cama es igual de normal que ver desde tu sofá a aquella mariposa que se limpia las patas de polen bajo la noche que se acaba de hacer añicos en tu corazón”

Este irse de copas también es jazz, improvisación. Si hay un género musical que podría elegirse para darle un soundtrack a este libro es el jazz y una sensación temporal no tan moderna, actual, como más bien vintage. Una noche de jazz:

“Cuando llegó, “Cannonball” de Adderley ya se había zampado su bocadillo de acordes oceánicos y esperaba entre el piano y la sonrisa de 5 águilas pescadoras que charlaban amablemente con Jimmy Cobb y Paul Chambers. Esa mañana Miles llegó fresco -como una lechuga-para improvisar “Freddie Freeloader”

Una atmósfera que tiende a afincarse en un escenario detenido, como de café bar de pequeño barrio, en el cual lo cotidiano es sorprendido por un impulso imaginativo que el sujeto poético dinamiza para generar un ritmo visual y de sentido que altera la aparente tranquilidad de “lo mismo” interviniéndolo con la maravilla de “lo otro”.

Esa otredad no se detiene en el país de origen del autor. La mirada no se posa en la tierra y las raíces que la preceden, sino en un afuera que se dispara libre en muchas direcciones, y no solo en una como es la patria o la infancia:

“La primavera saca a pasear al perro con el que mi abuelo, el arriero, pasaba las noches para protegerse de los ladrones cuando tenía que atravesar las montañas de los Andes del Perú, con mulas cargadas de varios kilos de sal y de melancolía.”

“Pero dejemos estos fríos datos biográficos, ahora estamos lejos de la infancia, tan lejos como las grandes transnacionales de la soja de estos pobres diablos que caminan descalzos.”

La nostalgia no llama al sujeto poético, el terruño, como si puede verse en César Vallejo cuando vivió sus últimos años en Europa, por ejemplo. La memoria del Perú y su Santiago de Chuco siempre afloraba en los poemas que escribió en esos años, pero no es este el caso de Nilton:

“Vaya, me ha dejado la cartera –digo en voz alta—nos habíamos tomado unas cuantas copas de vino hipocrático, una ración de mejillones a la marinera y patatas con mucho alioli para no terminar enrollándonos”

Este sujeto poético se presenta incorregible en el amor, la vida y la poesía, llevando consigo sin embargo el equipaje de un ángel y sus talentos, que nunca lo abandonan, cada vez que se detiene a hacerle el amor a la poesía. Eso es lo que uno concluye tras terminar el libro, que el buscar de la poesía por parte del poeta, es finalmente, un coito de amor y desamor con ella, así como sus descansos de meditación poética.