lunes, 29 de junio de 2020

Deux machina (reseña sobre “La máquina de hacer poesía” de Luis Alberto Castillo)






En “La máquina de hacer poesía” (Meier Ramírez Ediciones, 2019) de Luis Alberto Castillo (Chiclayo, 1987) se analiza un aspecto poco estudiado pero relevante para entender la producción de nuestra poesía en el siglo pasado. Me refiero a la influencia de la imprenta, como aparato técnico productor de textos claves en la conformación de nuestra tradición poética. El mecanismo que esta representa, como objeto tecnológico generador de modernidad. No la tecnología como tópico de poemas (alusión a artefactos o vehículos modernos como el caso del cine, el tren o el automóvil hecha en la vanguardia) sino en sus características físicas mismas, como medio impresor y generador de procesos que dan pie a la materialidad de la letra.

Luis Alberto Castillo ensaya una hipótesis sobre la razón de que no se hicieran más estudios en relación a la máquina como fin en sí mismo del análisis, más allá de su función como mero medio físico facilitador de la expresión tipográfica simbólica: “Ahora bien, había que señalar que este vacío en la crítica tiene una suerte de justificación histórica: cuando un medio se desarrolla plenamente como tal, este se transparenta quedando fuera de todo análisis posible. No será sino con la llegada de la era digital que varios de los aparatos mecánicos de reproducción de texto no solo serán desplazados, sino que desprovistos de su utilidad práctica revelarán su carácter material y llegarán inclusive a convertirse en verdaderos objetos de contemplación estética. De esta forma los que antaño funcionaban como medio y por ello se nos hacían invisibles, se tornan ahora opacos, lo que permitirá también que puedan entrar en el terreno del análisis”.

Castillo a través de cinco capítulos, revisará las circunstancias en las cuales fueron producidos algunos libros fundamentales de nuestra tradición.  Saliendo de ese cuarto de máquinas que es la imprenta o saliendo de ese cuarto de juegos como “Minúsculas”, de Manuel González Prada, que fue trabajado en una pequeña prensa tarjetera que el poeta le comprara en una juguetería de la calle Plateros a su hijo (justamente por esa pequeña imprenta, se adjudicó el nombre de “Minúsculas”). “El juguete más serio de la tienda” dirá Adriana de Verneuil, esposa del poeta, quién sorprendería al autor de Pájinas Libres, al editar sus poemas sueltos junto a su pequeño hijo de ocho años, dejando como resultado una edición de elaboración artesanal y lúdica que posteriormente será considerado uno de los primeros poemarios modernos del Perú.

Se hará referencia también a la imprenta Minerva que trajo Mariátegui desde Italia y como en ella se editaron libros fundamentales como “5 metros de poemas” de Carlos Oquendo de Amat, “Una esperanza i el mar” de Magda Portal, la histórica revista “Amauta”. Libros con audaces diseños, que a su vez responderán al interés del colectivo por difundir la cultura y el conocimiento entre más gente.

Luis Alberto Castillo no puede eludir el caso de Trilce y su consiguiente edición, signada por la elección de Vallejo de trabajarla en la Penitenciaría de Lima, y la máquina de hacer poesía que también fue el taller de impresión que hubo allí. Trabajado por reclusos en la cárcel, con horarios determinados y con una dureza en los tipos de letras que caracterizarían la primera edición de uno de los libros más vanguardistas del castellano.

Posteriormente se hará referencia a la editorial, o para ser más preciso, al taller “La rama florida” de Javier Sologuren y la tarjetera alemana marca Heidelberg que el poeta trajo desde Suecia, con la cual se crearían varios de los libros más hermosos de nuestra tradición literaria. Libros hechos uno a uno a mano por el poeta, que explican el estilo empleado en su diagramación, caracterizado por las condiciones particulares de la imprenta de Sologuren, como la que se tuviera para el poemario El Río de Javier Heraud, y su ya conocida disposición espacial abreviada que todos conocemos.

Castillo entonces se refiere a ediciones de fino acabado artesanal, pero también a usos de la imprenta más utilitarios y revolucionarios. Como el caso anterior de la editorial de Mariátegui que antes mencionara, o ya en los 70s, en pleno gobierno de Velazco, de convulsión social y migración a la capital, empleada por varios grupos literarios entre los cuales destacaría el grupo Hora Zero, agrupación que haría uso de la imprenta offset que privilegiaba la cantidad de ejemplares a la calidad de las ediciones. Ya no era la mano artesana del editor que bajaba la plancha siguiendo una mecánica muscular y de acompasado ritmo y sonido, como era el caso de Sologuren, sino el automatismo de una impresión que se condecía con la vocación política social de estos poetas.

En los tiempos actuales, las publicaciones de poesía siguen privilegiando sus ediciones en físico, pero se ven contrastadas por ediciones digitales. Asimismo, en las dos últimas décadas han surgido las cartoneras como otra alternativa de edición y con ello, una propuesta que privilegia el acceso al libro, a través de un producto económico y en muchos casos, bello también, por su acabado artesanal y único. Siguiendo el hilo de este libro de Castillo, podrían darse más estudios sobre las máquinas que hacen poesía en el Siglo XXI.

Este libro que ganó los estímulos económicos para la cultura organizado por el Mincul el año 2018, tiene cualidades de libro objeto, en el cual se alterna el cuerpo textual, junto a imágenes facsimilares sobre las diferentes publicaciones, así como hojas sueltas, que se encuentran al interior del mismo que parecen sacadas de esas primeras ediciones. En un gesto no solo estético, sino coherente, con la relación entre la materialidad de los libros y la poesía que contienen; como un todo.



(Crédito de la foto: Hugo Pérez)

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