lunes, 24 de agosto de 2020

“El shogún japonés que rompió su tazón, sabía que existe otra belleza en la reparación” (Reseña sobre “Corazón de hojalata” de Margarita Saona)



“Corazón de hojalata” (Intermezzo Tropical, 2018) de Margarita Saona (Lima, 1965) llama la atención con una poética de baja intensidad que va calando lentamente. Un corazón de hojalata no genera una imagen atractiva a primera vista. No invita a la aventura, sino más bien a dejarse caer por el peso del metal y como este material en lugar de generar la sensación de estar ante un organismo vivo, nos enfrenta a uno inanimado. Circunstancias que retan al lector.

La poeta advierte desde el principio, que este libro no debe asumirse como un texto meramente testimonial, aunque el libro por momentos exponga la apariencia de una carta. Dirá en su poema pórtico: “El corazón de la poesía,/ incluso de la mía,/ no es casi nunca el corazón,/ el verdadero,/ el órgano que mueve la sangre,/ el órgano con ventrículos y arterias./ El corazón de la poesía/ es una metáfora/ aunque tal vez sea metonimia,/ un símbolo/ un desplazamiento/ un tropo…”

“Kintsugi”, como se titula uno de los poemas, (el cual hace referencia al arte japonés de pegar con oro los trozos rotos de cerámicas), da pistas del meollo que articula el sentido general del libro, es decir, asumir la imperfección y la fragilidad como un regalo para unir y reconfigurar bellamente nuestro ser, muchas veces quebrado.

Conforme uno va avanzando se percata que este corazón de hojalata es más esencial de lo que uno se podría imaginar, configurando la metáfora central del libro. El sujeto poético vuelve a la palabra “corazón” seguidas veces, y aquello que podría generar una aparente monotonía, se disipa, al revelar, tras él, el imperioso pedido por un corazón, aunque sea de hojalata. Expresando un gran impulso vital en ello, desde esa voz que siente apagarse.

Así como el kintsugi busca revelar la verdad de lo que somos como un todo, incluyendo las imperfecciones. De la misma forma, en este libro, el sujeto poético se muestra con todas sus rajaduras. Viene a mi mente este pasaje: “Me ha tocado el destino/ del ave de carroña/ sin la limpia elegancia/ de una sutil ave de presa./ Solo me toca sentarme/ y esperar la llamada”. O luego en el mismo poema: “no puedo/ no pensar/ en el corazón concreto,/ que hoy late en otro pecho/ Lo imagino fuerte, /joven e intrépido/ lleno de vida”.

Necesita un corazón que es de otro. A partir de ello se imagina que sentirá ese otro cuerpo poseedor de eso que le falta, qué pensara, cómo habrá sido su vida, su historia. Luego el sujeto poético vuelve a revisar cómo es él en realidad, y se aleja de la imaginación y las metáforas sobre el corazón de hojalata para volver al corazón verdadero, con una crudeza que no soporta las figuras literarias, por la brutalidad de los hechos, generando una urgencia en ese querer expresarse; imperiosa, última.

Pero este corazón de hojalata, lóbrego y sin vida aparente, se convierte en el centro del mundo de este sujeto poético, su interlocutor, que le ayuda a procesar este tiempo de cuestionamientos constantes en medio del vilo que le deja la cercanía de la muerte. Cuestionamientos personales que se funden con propias reflexiones: filosóficas, poéticas, existenciales. “Los dioses de la tecnología/ me otorgaron/ una segunda vida:/ un corazón de hojalata/ anima la vida/ que alienta este cuerpo:/ mi ADN,/ mis recuerdos”, dirá en otro de sus poemas.”

Interesante el diálogo que se establece, entre el corazón que tuvo con aquel que tendrá, mostrado en algunas ocasiones, como una hermosa despedida de uno y como se transfiere al otro, su legado. En el poema EL RECITAL SE LLAMA LATIDO, dirá: “Pienso/ en la joven bailarina/ impulsada por la gracia de su propio corazón/ y en cómo resonará mi corazón/ impulsado por tu movimiento”.

Contextualizando este poemario, se trae a colación el tema de poesía y enfermedad, que forma parte de nuestra tradición literaria en la línea de otros libros como: “Hospital” de Pablo Guevara, “Cuadernos de Quimioterapia” de Victoria Guerrero, “Estrabismo” de Virginia Benavides, “Placlitaxzel” de Mario Morquencho, “Trendelemburg” de Eduardo Borjas, por nombrar algunos títulos, que marcan una línea de investigación que podría seguirse para analizar estos sujetos, estos cuerpos, influenciados por una afectación que generan defensas poéticas desde sus imaginarios.