El aroma del árbol de Guarango y el familiar sonido de
una rokola llegan hasta la máquina de escribir de Carolina Fernández (Lima)
para -dicho vallejianamente-, dulcificar las palabras iniciales de este
recorrido de “a tientas” (Vagón azul editores, 2018). Si algo puedo distinguir con
nitidez en la partida, es la nostalgia que trasunta esta poética. Nostalgia que
es su esencia, así como las reminiscencias que se desprenden de esta. Ella
aflora cargada de una visión finisecular del mundo, cambiando de pieles de
fines del siglo XX a principios del nuevo siglo. Esa mirada de transición resulta
interesante, pero no es el único enfoque a resaltar, como es el caso del viaje poético
realizado a través de una realidad cultural heterogénea, tocando diferentes
problemáticas desarrolladas en clave de poesía.
El libro se divide en cuatro secciones: 1. “con los
ojos vendados” 2. “coloraturas de mi onqoy” 3. “cronopio olvidado” y 4. “amorelados”.
Las tres primeras conformadas por poemas y la última por relatos. Si, los
títulos en minúsculas, quizás remarcando conscientemente, una poética que busca
la naturalidad, antes que la pretensión estilística; la solidaridad con lo
humano alejada de los pedestales.
Al inicio, los recuerdos llegan sutilmente, como el
aroma natural de un bosque y llegan aquí a través del viento, que silba una
melodía. Su viaje viene desde un lugar tan lejano, que el sonido llega como en
chisporroteo tras ser reproducido en diferentes vinilos: Chabuca Granda, un
huayno o la voz de Luchito Hernández leyendo sus poemas. Algunos temas que el
lector puede hallar tras escuchar la música que sale de esta tornamesa. Tomando
esos nombres de ejemplo (son muchos más con los cuales dialoga) se pone en
evidencia también un poemario que expresa la diversidad de sus influencias: sociales,
étnicas, musicales, poéticas, filosóficas:
“llevo una pluma y hojas negras/ para contar los
sueños que recojo/ aire voluptuoso de las nubes/ veo entonces a domitila
chúngara a clarice/ linspector a edith sodergan/contagiadas de los cantos de la
bella chuquisuso”
Ese paso de una etapa anterior, en la cual se manejó
con mayor naturalidad, para virar a una nueva en otro tiempo, tan ajena por
momentos, obliga al sujeto poético a avanzar a tientas. Como si las
circunstancias de cambio lo regresaran a una situación de poco dominio técnico,
similar a la de la primera infancia en la cual cada paso es un reto para poder asir
el mundo. Dificultad en primer término, pero a la vez gran asombro frente a la
otredad, por ejemplo en este fragmento donde parece darle voz a un vendedor de celulares:
“¿quién no tiene dentro del celular una micro SD? Esta
memoria chiquita insignificante es la causante de que usted puede bajar al
celular sus canciones usté puede bajar las fotos jamás imaginadas ringtones que
hacen brincar al corazón usted es arquitecto
puedes bajar divertidos planos”.
Hay una sumersión en lo popular en muchos pasajes del
libro, como buscando darle voz a esas presencias subalternas con las cuáles
también comparte una realidad. Por lo tanto, por momentos, se nota un trabajo
de carácter sociológico en el libro, dirección que habla de la versatilidad del
lenguaje poético aquí presentado, el cual no solo se agota únicamente en lo
estético, sino que expone una posición crítica madura.
Lo lírico se intercala con lo narrativo y otros planos
discursivos. “A tientas” narra una historia sobre el imaginario de este sujeto
poético. En él se hallan muchos relatos de diferentes especies: canciones,
consignas políticas, incluso alusiones familiares, aproximaciones étnicas
culturales diversas. Expresión del constructo étnico social heterogéneo en el
que vivimos como peruanos, pero también como ciudadanos del mundo, que se ve
expresado aquí:
“un baobab un continente/ andar calmo y bondadoso/
andar de río/ aplausos/ multitud en tus calles baobab/ multitud en tus calles
baobab/ multitud colmada de espejismo/ multitud courage!/ es un río la calle/
nicomedes un río humano victoria/ un río santa cruz”
Se da el ingreso a un mundo por conocer, al cual se
ingresa a tientas; por respeto, pero
también por un desconocimiento primero, de ese hábitat ajeno. Esa otredad tiene
tal profundidad, está tan alejada de la superficie de los prejuicios evidentes,
que exigen pasar por una oscuridad que poco a poco va develando lo que hay en
ella, como encuentros tras el paso por una interminable cueva o fondo submarino
abisal. Para acceder a ese fondo, hay que realizar un acercamiento a través de
la empatía, necesaria para acercarnos al otro de manera plena, y de esa forma
poder verlo realmente; en tanto individuo, como miembro de una comunidad cultural,
que busca mostrarse en todas sus manifestaciones:
“con un cigarrillo entre los labios/ lucho barrios y
lucho hernández comparten/ un café y ventanas solidarias/ hablan de la gioconda
latinoamericana”
En el mismo poema dirá estos versos reveladores:
“en los pasillos del fondo de la casa/ la verdad a
tientas amanece/ en el fogón de la ternura”.
A ese cálida llama de la ternura familiar es a la que
se vuelve en la parte final del libro, generando una sensación de entrada y
salida, que va por ese mundo interior profundo y desconocido, como un sueño, hacia
aquello que se revela en el exterior, como un despertar.
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