Leo el título “Pasos silenciosos entre flores de fuji”
(Paracaídas, 2016) de Diego Alonso Sánchez Barreto (Lima, 1981) y me asalta
aquel haiku de Matshuo Basho: “A pesar de la nieve/ es bello/ el Monte Fuji”.
Pensar en esa montaña, me remite al peso de la nieve que cubre su cima
triangular y toda su colosal serenidad. Visualizo e imagino esos pasos
silenciosos por parte de alguien que contempla esa vista, mientras atraviesa la
belleza lila de las flores de fuji y su perfume embriagante, generando una experiencia
sumamente sensorial en mí como lector.
Como suele hacer Sánchez Barrueto en otras libros, en PSFF,
sus textos inician con una prosa (en este caso los imagino como apuntes
furtivos entre secretos lugares del palacio imperial) y acaban con poemas cortos de estilo japonés
a manera de textos paralelos o especulares. En el caso de este libro, centrado
más en el tanka que en el haiku, aunque los dos tipos de textos tengan una
forma y esencia similares.
A grandes rasgos, el haiku y el tanka comparten una brevedad
en su conformación (tres y cinco versos respectivamente) y con ella, una
intensidad que allí se concentra, tanto en lo que atañe al sentido como a la
imagen. Esto se debe en gran parte, al influjo de su grafía (el ideograma
japonés), que fija su expresión especialmente, en sus características
pictóricas. También está una estética de la sencillez en ambas formas poéticas,
que se deriva entre otras cosas, de su relación con una ética proveniente del
budismo zen.
Si bien en las dos hay una relación de asombro frente a la
realidad exterior, el mundo, me parece que en el haiku se pone la mirada más en
la naturaleza y el tanka, en cambio, se fija más en las relaciones humanas.
Estos “pasos” están signados por la presencia del ser humano,
cuestión que ya se puede constatar a primera vista, al revisar los títulos de
los poemas que conforman el libro, donde en cada uno se hace alusión a un
personaje de un entorno palaciego japonés: “Un estudiante de poesía”, “un
funcionario de bajo rango”, “una dama de alcoba”, “un capitán de la Guardia
imperial”, “un maestro de poesía” y así, cada poema alude a un personaje
diferente, entregado a una situación íntima, secreta, característico del tanka.
Esta forma poética en sus inicios fue muy usada por los amantes, de lenguaje
algo críptico para no ser interceptados, como canciones u otros motivos: “Mis mangas
están/ húmedas por las lágrimas:/ mi pena es una barca solitaria/ que navega
obstinadamente/ sobre la seda gastada”. Cada uno de estos personajes se
desenvuelve desde ciertos códigos que
evidencian un entorno social y personal, caracterizados por una armonía eje, que sin embargo es llevada hacia
la desestabilización por un impulso de deseo prohibido, que expresa bellamente
a su vez, su contención:
“Entre caballeros no importa la cantidad de damas que se
tenga que visitar furtivamente cuando cae la noche. Pero si la inoportuna
aurora llega y apura la empresa amatoria, el honor del hombre educado debe
guardar todas las formas que corresponden a su linaje: no se puede salir por la
entrada principal, como si fuera el dueño de la casa, pero tampoco debe escapar
como un ladrón por la puerta de atrás…”
Esta ética
entonces, genera un equilibrio en las
acciones de los personajes que transitan estos poemas, lo cual se mantiene
incluso en los momentos de aparente subversión; como los que conducen a la
exaltación de los sentidos. Con ello, Sánchez Barrueto nos revela una poética
que refleja gran control, dominio y sabiduría en su ejecución. Sabiduría y
equilibrio que plantea un estilo de consciente influencia japonesa, que
recuerda la poesía de José Watanabe en algunos sentidos, pero que a su vez se diferencia
de ella. En el caso de Sánchez Barrueto, al performar como si fuera una poesía del
Japón in situ. Uno cuando lee al escritor
de Laredo percibe que es peruano por muchos elementos que en su poesía se
mencionan, como los paisajes con algarrobos característicos del norte del país,
el pez lenguado tan emblemático para el consumo peruano, la alusión a lugares
geográficos específicos como el desierto de Olmos, entre muchos otros ejemplos.
En cambio, en Sánchez Barrueto uno cae en la ilusión que estuviera en el mismo
Japón. Eso me parece singular, en el sentido que un escritor peruano no debiera
escribir de una forma nacional
necesariamente, sino que este tiene, la
libertad de elegir otras tradiciones si así lo decide.
Volviendo la vista a los estudios que existen sobre el haiku
(que como dije está emparentado con el tanka, constitutivos del universo
poético de DASB) que he podido revisar, y que creo me da otras luces de lo que
sucede en este poemario, distingo dos líneas generales: una que entiende el
haiku en su forma tradicional, como una poesía que ensaya una fotografía de la
realidad (como la que tiene el español Vicente Haya), y otra más moderna que
cree más bien que esta puede derivarse en una propuesta poética capaz de
expandirse a partir de la imaginación al ser escrito en otro contexto (como
propone el mexicano Aurelio Asain). Tomando en cuenta estas dos posiciones, yo
creo que Sánchez Barrueto se inclinaría por aquella que respeta el proceder original
de este tipo de poesía; pero a partir del recurso performático de provocar la
ilusión de que es un texto eminentemente japonés el que presenta, colijo que
desemboca finalmente, en un tipo de poesía más bien postmoderna, por el uso del
recurso de la reescritura.
Para terminar, viendo en retrospectiva la obra de Diego Alonso Sánchez Barrueto
tras la lectura de este poemario, puedo identificar un proyecto como obra que
plantea el autor: la metáfora del camino; que es cuestión de leer los títulos
de sus últimas tres publicaciones para constatarlo: “Por el pequeño sendero interior”, “Se inicia
un camino sin saberlo”, “Pasos silenciosos entre flores de fuji” y con ello la
búsqueda de un sentido, quizás el camino a su propio satori.
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