“Albión” (Alastor, 2019), primer poemario de Victoria
Mallorga (Lima, 1995) es un título que pareciera aludir a un lugar alejado del
contexto cercano de la autora; pero conforme uno va internándose en el libro, se
cae en la cuenta que al parecer a donde se ingresa es a un territorio muy
íntimo. Este lugar interior que se expone aquí sin embargo, muda (o muta) en
tantas formas, que pareciera que nos invita a otro mundo. Es decir, la alusión
a Albión, que en primer término remite a Gran Bretaña, no es la misma Albión de
este libro, sino el punto de partida del sujeto poético para llevarnos más bien
a un lugar imaginario e impredecible.
Ya lo dirá desde los primeros versos del libro: “sala de espera/ última
llamada,/ a la señorita desarraigo prendida de mi solapa”. Y al cierre del
mismo poema: “última llamada para volver a casa”. Es decir, el sujeto está en constante evasiva,
el sentido del libro se va movilizando, lejos de dejarse atrapar por un
discurso externo, normativo, que lo ancle.
El libro está separado en cinco secciones: “previas al
aterrizaje”, “siguiendo la costumbre del amor erróneo”, “xxx-llámame”, “una
pesadilla en el arco del siglo” y “acabose”, las cuales sugieren tener ciertas
temáticas, pero que, en los poemas mismos, se disgregan.
Este viaje interior que pareciera se interna en las
profundidades de su subjetividad, plantea desde diferentes planos, un espacio
signado por el cuerpo, que se vuelve el hábitat general de estos poemas. Las
sensaciones que este cuerpo experimenta, reflejan: pérdida, placer, vacío,
sorpresa, asombro, libertad, sacrificio; los cuales se tornan palabra poética.
Constructo de piel, carne y latidos. El proceso de esta poesía, por lo tanto,
se siente en gran parte de forma orgánica.
Un viaje que, si bien plantea su universo en el cuerpo, este
sin embargo, entra en tensión con un deseo de sentido ascendente:
“júpiter/ cantimplora en mano, decides irte sola a júpiter./
sabes que vidrio feroz recorre la atmósfera,/ pero ciñes una casaca y/ bajas
templando la soga, sin mirar arriba”
Al final del texto, vuelve al espacio corporal:
“y a tu boca de júpiter ascendente, / que mantiene los
vidrios/ que mantiene la aurora”
Por una seria de marcas textuales, se puede distinguir como uno
de los aspectos centrales que trasunta el libro: la pérdida, el alejamiento de un
otro que era parte constitutiva del sujeto poético. Este aspecto se resuelve
poéticamente como despedida, vacío, recuerdo, invocación sagrada, que llama a
las palabras, que se articulan conjuntamente en un ritmo, de flujo y reflujo
entre el peso de esa ausencia y el deseo de emprender vuelo:
“así/ reconozco la atadura de tus manos al volante,/ el oro
que brilla en tu sien, la ingravidez/ que te inunda cuando sabes que toso es
tuyo/ más allá del horizonte,/ más allá de los planetas alineados a la espera,/
que todo lleva tu nombre/ y todo espera tu paso/”
Esta pérdida se percibe en el libro como vacío, que como
dijera, se vive en el cuerpo. En ese espacio orgánico es que surge también otro
tema que aparece y desaparece y el que también tiene mucha influencia, como es aquel
del placer, el cual surge como expresión de libertad y apertura a sentir no
solo de una forma, sino de muchas, como el combustible para seguir la aventura
de esta escritura y no caerse cuando se abisma. El placer y el amor que se abandonan
con tal intensidad que se vuelven signo que sobrepasa cualquier barrera
convencional.
Si intentamos emparentarla con alguna línea de nuestra o de
otras tradiciones poéticas, percibo que estas no son evidentes. Sin embargo, si
podría adscribirse a alguna influencia que podría dialogar con su estilo encuentro
a la de Jorge Eduardo Eielson en “La noche oscura del cuerpo” y en esa manera
de metamorfosear el ámbito del cuerpo para sacarle nuevos sentidos. Otra
poética que viene a mi mente también, es la de Alejandra Pizarnik, aunque como
pasa con Eielson, no la determina, así como el Oliverio Girondo en su “Masmédula”.
Ya en los entre los poetas locales más contemporáneos percibo algunos elementos
similares a los de la producción de Andrea Cabel en esa relación entre cuerpo-ausencia-intensidad,
aunque como dijera, desde una voz personal.
El libro termina con uno de los mejores textos del conjunto,
titulado “homínimo”. Este poema funciona casi como un arte poética, en él,
Albión aparece como un lugar al cual llegar, (¿cómo el espacio de la utopía?) Que
similar a la Albión en Gran Bretaña, al verla de lejos, solo se la alcanza a distinguir
como una alta pared blanca tras la gigantesca niebla, pero conforme se va
avanzando, (como en la lectura del libro) esta va dejando ver el cuadro de su
verdadera figura.
homínimo
después de todas las letras
albión me envía un cuadro
está hecho
me dice
con los colores más tangibles del mundo
el bermellón me asga el vientre
y en
la caída
la nostalgia
que corrompe mi sangre exhala
la verdad es que en cualquier esquina
de lo irreal se asoma
en el rabillo de mi ojo
su sombra muta
y mientras mis manos dibujan mi cuerpo
su peso se insinúa en mis sábanas
albión
no necesita un cuerpo
para besar mis manos
su boca toca las notas
que me envía desde el tiempo
si culpamos a alguien
que sea inexplicable
que el crimen del siglo se incruste
en mi vintre
condenada si permanece,
condenada si se arrebata
albión
cualquier piel en cualquier lugar del sueño
donde se hace mito
se hace llaga
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