Leer “Enemigo” (Intermezzo tropical, 2016) de José Carlos
Agüero (Lima, 1975) introduce al lector en un contexto de guerra.
A grosso modo una guerra implica la presencia de dos
ejércitos, que pugnan por derrotar a su enemigo (o no dejarse eliminar por
este). Una guerra siempre tiene sus motivaciones, que los que forman parte de
cada bando suelen justificar en el momento del conflicto. Dentro de esta guerra
también están las víctimas, que suelen replegarse mientras los otros se
destruyen. Estas muchas veces terminan por ser destruidas, por el solo hecho de
estar en el medio de esta pugna. Pero las que sobreviven, suelen ser los testigos
que cuentan la historia, testimoniando con palabras, pero especialmente con su
cuerpo, las huellas de Lo Real vivido tras esa violencia. Suelen portar la
memoria del cuerpo que busca sanar, frente a la putrefacción del olvido. Cuerpo
que es un organismo biológico, pero también simbólico. Esto último
especialmente desde el contexto desde el cual se orienta el sentido de estos
acontecimientos para una colectividad, pero también para cada individuo ¿pero
si el testimonio surge de los muertos, de los borrados, de los desaparecidos? En
la pesadilla de esta poesía, la respuesta a esa pregunta, emerge.
El libro está dividido en tres secciones: 1. Inventario, 2. Enemigo, 3.
Estirpe. Cada sección se presenta como un largo poema, separado por números, en
romano minúscula
En “Inventario”, como reza el nombre de la sección, se expone una relación de
seres tras esa guerra, en el sentido más primario, cada uno siguiendo la
letanía que marca la frase: “de todos los animales sin cara que me miran hice
un inventario”. Estos seres se presentan como alegorías de la descomposición
social en la que se haya el sujeto poético, que configuran el estado de salud
de un cuerpo social, que ya no aguanta tanta ignominia, quizás infringida por
parte de un enemigo que lo daña desde muchas perspectivas. Viene a mi mente por
ejemplo, la invocación de la presencia del perro: “mi perro no se levanta/ no
lucha/ el río lo acoge/ lo mece/ como tus brazos// mañana aparecerá/ en redado
en una isla de cartón/ nunca más un perro color del barro/ un lugar para que
tomen impulso/ las moscas de Lima”. Alegoría que me recuerda el conocido perro
que apareciera ahorcado en un poste del centro de Lima, como primer anuncio de
la presencia de Sendero Luminoso en el país. Circunstancia que no define una
toma de partido, de ninguna manera y que luego se expondrá como una de las
muchas posiciones a la cuales te invita este libro.
Las imágenes de los poemas se exponen como cuerpos abatidos
por la violencia, de tal forma que afectan la propia imagen de su humanidad, al
punto de casi borrar la identidad. Cuerpos que tienen una historia, en el
lindero entre la memoria y el olvido, entre lo reconocible y lo irreconocible
(imaginar un cuerpo asesinado con tal ensañamiento, que incluso puede borrar
ciertos rasgos de identidad, como aquellos que se delinean en el rostro).
La sección titulada “Inventario”, de cierta manera, es una especie de bestiario, sobre el lado animal del cual provenimos. Quizás tras de ello haya una
mirada panteísta de la realidad, que a uno le hace pensar en una reminiscencia
andina. Aunque se percibe que el viaje que se realiza va hacia las profundidades
de la siquis del individuo, a su subconsciente, a sus pesadillas: “de todos los
animales sin cara que me mira hice un inventario/ está mi madre arrullando a un
bebé/ y está el bebé que sueña con mi madre/ acurrucando niños feroces que no
conocen la palabra”. La regresión realizada es muy valiente, por los momentos
tan duros que debe sortear.
Situándonos en el contexto de una guerra y de cómo sentimos
y procesamos eso, ir a lo más primario que tenemos, antes incluso, hasta
nuestro ser pre humano, apela a la gran intensidad con la cual se expresa el
dolor, el amor y otros sentimientos en un contexto de disolución del individuo:
“este suelo está lleno de animales/ sin rostro/ sin labios/ sin ojos/ y de todos
el menos muerto/ es mi hermano /”.
Uno revisa “El nacimiento de los monstruos” (primer poemario
de Agüero) y nota ciertas líneas que se mantienen acá: el cuerpo como espacio
escrito de la violencia, la palabra como metáfora y alegoría de ello, como
expresión de aquello Real que no puede ser verbalizado sino simbolizado
poéticamente, muchas veces haciendo uso de un lenguaje crudo que comulga con
uno testimonial, con toda la radicalidad de los hechos que describe. Sin
embargo, leyendo Enemigo, y entrando ya a la segunda sección que tiene el mismo
nombre, uno percibe que el juego aquí tiene algunas variantes. Me parece que es
más dialógico, con diferentes voces que habitan al sujeto. Si en “el nacimiento
de los monstruos” casi se relata un desenterramiento de cuerpos, puestos en esa
situación por otro (enemigo), aquí en cambio el enemigo está en uno mismo.
El sujeto poético plantea una situación muy interesante: se
pone en el lugar del cadáver para enunciar el relato que pueda darle un marco
verbal, a algo que no lo tenía, que estaba callado, enterrado. El enemigo
estaría en el sujeto poético mismo, que asomaría de diferentes maneras, como en
este caso, en el olvido, “a la mitad del sueño le revelo: soy tu enemigo/
cuando cerraste los ojos/ borré del mundo las huellas de tus pasos”. Esto
genera una polifonía de voces que generan una propuesta eminentemente dialógica.
La idea de lo que significa un “enemigo” en este libro,
tiene una función negativa en el texto, no tanto por lo moral, sino por lo
posicional. Se presenta como contrario a algo. La incomunicación es terror. Es
el silencio de las bocas borradas, que en la palabra poética, en su imagen,
comunican, como ciegos hablándole al vacío, sin poder orientar la faz hacia el
rostro del interlocutor. “Lo enemigo”, intercala grito y silencio.
Volvemos al tema de la guerra. En este contexto, la
identidad del enemigo no es visibilizada, todos son por momentos este,
confluyendo en un curso de destrucción generalizada e inevitable. El enemigo es
el rostro sin cara con muchas voces en cuerpos no identificados yendo el uno
contra otro; como un concierto fantasma, tras el terror.
En la última sección titulada “Estirpe”, los cuerpos
adquieren identidad, con papá, mamá, seres familiares que apelan a las raíces
del sujeto poético, a su origen, que conserva el estertor de lo humano
desaparecido, que demanda ser recordado, procesando esta experiencia radical de
destrucción antes de ser silenciado: “antes de morir/ mi madre enterró su
rostro en el barro/ y abrió los ojos:/ no te veo traidor –me dijo.”
"Enemigo" es un libro logrado, entre otras cosas, por la conjugación existente entre forma y contenido que plantea. Un lenguaje por pasajes presentado de estilo testimonial-narrativo, es intervenido por la polifonía de voces que en la caracterización de las diferentes identidades presentes, adjetiva, recurriendo a cambios de tono, que signan la intensidad de un libro que como dije, deja sus huellas como tras la pesadilla de una guerra.
Enemigo III
el hombre me mira desde el pozo de sus ojos que ya no ven lo
corriente
su idioma y su saliva sus dientes en el suelo
sus heridas más grandes que su cuerpo
es mi enemigo y se muere a mi lado
pero sus ojos invocan a mi madre
el contraste de sus manos suaves y mi cabello de metal
sus manos que me limpiaban los piojos como se escogen el arroz
lo he matado ayer pero no se acaba de morir y me mira
acomodo sus dientes en el suelo para armarle una sonrisa final
mi madre ha muerto pero sus manos consuela el suelo donde
este hombre
que calla en un idioma desconocido
se estrega para ser mis recuerdos.
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