Con Pepitas de oro en
tu oreja al nacer se inicia “La vida después de la supervida” (El Pasto Verde Records y Editorial Aletheya , 2018)
de Ana Carolina Zegarra (Arequipa, 1990) y con ello, casi un acta de nacimiento
y un bautismo que resalta la importancia del sonido y sus posibilidades: “Porque
un día me bendije con Heno de Pravia y bebí dos cucharitas sin pelear”. Bautismo
de un sonido particular que recrea momentos de gran intensidad y lúdica
rebeldía, frescos como tierra húmeda, epifánicos como un video de una banda que
recién te pasaron y nunca escuchaste, pero que encanta.
El título, “La vida después de la supervida”, hace alusión al repaso de un
tiempo de emoción máxima. Esta música a todo volumen transmite esa emotividad,
que recoge del pasado del sujeto poético, el impulso para enunciar lo que
vendrá seguidamente: “el tiempo se me fue entre conectar tu casetera y ese tan
falsito amor”. La mención de la
“casetera” regresa la mirada a un tiempo pasado. Un comienzo. La
genealogía de un sentimiento que quedó atrás y que ahora se reelaborará.
La influencia de lo musical, me parece más evidente que lo escritural en esta
poesía. Por ejemplo dice en uno de los pasajes de LVDSV: “decidí escuchar un
poema de A.C. en dirección contraria…” donde en lugar de hacer referencia a “leer”
el texto de A.C. lo “escucha”. A la vez que lo auditivo tiene un lugar de
excepción en su propuesta, se nota a su vez un trabajo elaborado con la palabra.
Lo que me hace colegir la capacidad de Zegarra para apropiarse de sus lecturas
y resolverlas en un lenguaje nuevo. Aspecto que desarrollaré un poco más
adelante.
El compás marca el paso de estos poemas. El ritmo de los mismos parece
establecido tras el empleo de un metrónomo, por la seguridad con la cual se
pone cada acento. Aunque lo impredecible se presente, signado por un sujeto
poético que avanza en la errancia según avance en su camino, el ritmo es
nítidamente marcado, con tal fluidez, que genera la impresión de estar
diciéndose en tiempo real.
Otro aspecto que es digno de resaltar que se desprende de su relación con el
ritmo, es el del recurso coloquial. Oralidad que caracteriza esta “Vida después
de la supervida”, que atrae por su dicción, como surgida a partir de un
“sampleo” (término musical): “ando abatido por la guerra (por las quince horas
del llanto de un niño)/ pienso que todas las fantasías son de Disney/ ¿A quién
mentir? estoy partido y deforme como el Pi”.
El uso de lo oral en esta poesía me remite a lo callejero (en la percepción de
estar siendo parte de un callejeo, algo dicho en movimiento), “informal”, “sin
local”, como si más que haya sido recitado o cantado en un lujar fijo, fuera
rapeado mientras se atraviesa alguna zona urbana de la ciudad de Arequipa.
Ese callejeo, me sugiere por momentos, la presencia de un flaneur (paseante) que
transita por esta urbanidad. En este camino llama mi atención la voluntad
coleccionista del sujeto poético para recoger en su mirada algunos objetos como
la “casetera” que referí en unos párrafos anteriores o “el pega pega de
Harnaldo di Leone en la refri” “bolsas de cuero”. Paseo que suele estar
acompañado por varias presencias con las cuales conversa, voces cercanas: “Se me
ha perdido el costalito, hermano/ porque un día le conté a dios/ que mi carnero
era del quince de marzo y me mandó el trueno/ y el mar”. Alguien que acompaña a
esta voz que habla con una presencia que ya no está.
Da la impresión que el sujeto poético contara historias,
pero cantadas (pienso en Bailando en la oscuridad de Bjork) aunque en el caso
de Zegarra, el género musical de fondo sea diferente al de la artista
islandesa. Esa sensación de improvisación, de algo dicho en tiempo real, se
contrasta con la forma en cómo se enhebran los versos, en los cuales se hace
uso de muchos recursos técnicos como el del “code-switching” (alternancia del
codigo en castellano con otros idiomas, usado por los hablantes bilingües o
políglotas) en pasajes como estos: «Esto tiene que salir, “sailor” “tuna”,
“passion fruit & “lamb”», o quizás en este otro, por poner un par de ejemplos,
«Desapruebo todo. “la questa vida”, Non sono una signora».
El libro está atravesado por un desencanto, por una molicie, que es superada
por la mecánica de avance de esa “vida después de la supervida” que deja oír su
paso musical, con mucha seguridad y nitidez, hacia adelante.
Tapando oportunamente sus iniciales
La conclusión:
tres envolturas de quinua en el
bolsillo de Argento
De los nácares dientes de cerdo
De una pestaña tres balas calibre 5.6 para el desorden de la nación
en el vientre, la comida agusanada forma un trípode
con binoculares veo zapatos siendo despojados
¿Cuál es el camino de las fetideces?
- el del retorno
- la concupiscencia se hace un marfil de albures
Quién retorna condena sus músculos a la batalla del hedor
Quién lastima mis vallas de oro cobrará zinc y cobre con el miedo de ser un
traidor
Del clima ¡un vinito de
sangre!
Qué flamante una jauría de perros muertos
Ellos con los huesos merodeando el izquierdo ventrílocuo.
Los Betos
No pierdo la fe en tus grandes bolsas de cuero
en la uniformidad de la tierra al levantarte
juramentos que hicimos —lanzamos chillidos al Este—
Las rocas pertenecen a nuestro circuito
estoy conmovido de que vuelvas a tu eje humano
has facilitado a tu señor la gran sonrisa
Asunción aparte
tus cabellos me hicieron
tu cálido chiquillo marioneta
y mi pueblo sin ti
aprendió a no tener ruiseñores ni bancas
Mañana agarraré tus kilos
Y no serás vergüenza ajena serás limpia carretera de verano
Ya
viérteme justicia en el pecho
disfruta los árboles bostezar tu piel
haikus que comen ese nombre limpio
Lily.
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